Eran las 2:50 de madrugada del 5 de mayo de 1914, cuando sonó la cajilla de alarma del cuartel de bomberos, situado en la calle de Calidonia 3, e inmediatamente los bomberos de turno, junto al jefe capitán, Domingo Vásquez, se dirigieron a la manzana donde se encontraba el edificio El Polvorín; una vieja estructura colonial que guardaba el arsenal de la ciudad de Panamá.
Vladimir Berrio Lemm, director de la Comisión Nacional de los Símbolos de la Nación (Conasina), del Ministerio de Gobierno, relata que cuando los bomberos llegaron, ya el fuego había entrado por las vigas del techo, dentro del almacén y ocurrió una explosión devastadora. Tan grande que dejó un cráter en la tierra y su onda expansiva rompió los vidrios de la Secretaría de Gobierno y el Teatro Nacional, que estaban ubicados a más de un kilómetro de distancia.
En esta tragedia seis camisas rojas perdieron la vida: Félix Antonio Álvarez, Luis de Basach, Juan Bautista Beltrán, Luis Buitrago, Faustino Rueda y Alonso Teleche. Ellos plasmaron con su valentía una historia de valor, no vacilaron en ofrendar sus vidas en beneficio de la comunidad, haciendo gala del lema que distingue a la institución bomberil: disciplina, honor y abnegación.
Hoy, 106 años después, celebramos el valor de los camisas rojas, encarnados en el Benemérito Cuerpo de Bomberos, un homenaje que este año ofrece la Comisión Nacional de los Símbolos de la Nación, porque para esos tiempos, el autor de la bandera, Manuel Amador y Max Lemm, intérprete artístico del escudo nacional, eran miembros de los bomberos.
«A mucha honra me toca el honor de pertenecer al tronco familiar de Félix Álvarez García, uno de los seis valientes bomberos que perdió su vida tratando de apagar aquel infierno», expresa el director de Conasina.
La tragedia del Polvorín también quedó grabada con la pluma del poeta y periodista Gaspar Octavio Hernández en su artículo: «Entrada a la inmortalidad», «A la estirpe de los últimos pertenecen los héroes del Polvorín: Álvarez, Balzac, Teleche; Beltrán, Buitrago y Ruedas, no eran guerreros, ni sabios, ni artistas, pero bien puesto sus corazones; tenían que desempeñar una de las más generosas y mal apreciadas labores, la labor del bombero. Eso basta».